30.10.13
24.5.13
Mil gruyas
Falleció Elsa Bornemann. Inmediatamente recordé este cuento, no sólo porque es uno de los pocos que leí de ella, sino porque... Léanlo y se van a dar cuenta porqué. Ah, les advierto, es tan hermoso como triste.
Mil grullas
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Por qué ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien que era lo que está pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la cuidad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a las noticias de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah…y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podrían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio…
Pero Naomi, sabía que quería a ese muchacho delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar para darle a ella la ración de batatas de había traído de su casa.
-No tengo hambre-le mentía Toshiro, cuando veía a la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía.-Te dejo mi vianda-y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llego puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos un de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.
Acabó junio y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque…
Se fue julio y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque
Y aunque no lo supieran ¡Por fin llegó agosto!-pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto con sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones del local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas. –Para cuando termine la guerra… -decía el abuelo.- Todo acaba algún día... – comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro se sentía que la paz debería ser algo muy hermoso, porque los ojos de sus madres parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a el se le aclaraban los suyo cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba, sobre la nieve. Sola.
Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor.
Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio!
Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus.
Lento se apaga el verano.
Enciendo lámparas y sonrisas.
Pronto florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y cinco de agosto se los pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba.
Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar el deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca…
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes…
Ocho de la mañana seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta su obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez en el cielo.
El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegraron esta mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el paso de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino requerido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en la localidad próxima de Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también había sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en sus misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era el frío exterior o sus pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobra su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro… -susurró, no bien sus amigo se paró, en silencio, al lado de su cama. –Nunca llegaré a plegar las mil grullas que hacen falta…
Mil grullas… o Semba-Tsuru, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte.
Después, las juntó cuidadosamente en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi- le dijo entonces, pero su amiga no lo oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diarios, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente.
Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía. El muchacho se encontraba pasando hilos a través de la silueta de papel. Separó en grupos de diez frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de su primo.
No había tiempo perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora- le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala de uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho. Por favor…
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso en su silla sobre la mesa de luz luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielo raso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaba las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Toshi-Chan… Gracias…
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas-y el muchacho abandonó la sala sin darse cuenta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos
¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle porqué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados restaurantes…
Grullas y más grullas.
Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición japonesa.
-Algún día completará las mil…-cuchicheaban entre risas-. ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida de Hiroshima de su niñez.
Con su perdido amor primero.
Mil grullas
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Por qué ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien que era lo que está pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la cuidad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a las noticias de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah…y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podrían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio…
Pero Naomi, sabía que quería a ese muchacho delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar para darle a ella la ración de batatas de había traído de su casa.
-No tengo hambre-le mentía Toshiro, cuando veía a la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía.-Te dejo mi vianda-y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llego puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos un de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.
Acabó junio y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque…
Se fue julio y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque
Y aunque no lo supieran ¡Por fin llegó agosto!-pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto con sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones del local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas. –Para cuando termine la guerra… -decía el abuelo.- Todo acaba algún día... – comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro se sentía que la paz debería ser algo muy hermoso, porque los ojos de sus madres parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a el se le aclaraban los suyo cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba, sobre la nieve. Sola.
Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor.
Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio!
Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus.
Lento se apaga el verano.
Enciendo lámparas y sonrisas.
Pronto florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y cinco de agosto se los pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba.
Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar el deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca…
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes…
Ocho de la mañana seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta su obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez en el cielo.
El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegraron esta mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el paso de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino requerido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en la localidad próxima de Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también había sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en sus misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era el frío exterior o sus pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobra su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro… -susurró, no bien sus amigo se paró, en silencio, al lado de su cama. –Nunca llegaré a plegar las mil grullas que hacen falta…
Mil grullas… o Semba-Tsuru, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte.
Después, las juntó cuidadosamente en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi- le dijo entonces, pero su amiga no lo oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diarios, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente.
Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía. El muchacho se encontraba pasando hilos a través de la silueta de papel. Separó en grupos de diez frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de su primo.
No había tiempo perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora- le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala de uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho. Por favor…
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso en su silla sobre la mesa de luz luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielo raso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaba las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Toshi-Chan… Gracias…
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas-y el muchacho abandonó la sala sin darse cuenta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos
¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle porqué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados restaurantes…
Grullas y más grullas.
Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición japonesa.
-Algún día completará las mil…-cuchicheaban entre risas-. ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida de Hiroshima de su niñez.
Con su perdido amor primero.
Extraído de “No somos irrompibles, doce cuentos de chicos enamorados” Elsa Bornemann, Editorial
Alfaguara.
Alfaguara.
6.3.13
Déjenme vivir con mi utopía
Hace nueve años escribí este post para otro blog. Mucho cambió desde entonces. Pero muchas son las cosas que siguen igual...
***
Tenía ganas de escribir algo al respecto. Muchas cosas para decir, muchas ideas mezcladas a causa de la bronca, la impotencia al creer que poco y nada puedo hacer, y la esperanza de que algo, aunque sea en lo más mínimo, cambie. Sí, es verdad, se nota un pequeño cambio desde hace unos años pero ese cambio se dio por culpa de ellos mismos, de sus acciones, de su propia hipocresía, de sus mentiras que no voy a decir salieron a la luz porque muchos ya sabemos cómo y qué es lo que pasa y viene pasando desde hace años, sino que se hicieron evidentes para la mayoría, que antes no estaba al tanto, no veía o no quería ver.
Ideas, pequeños trozos de pensamientos sueltos pero a la vez unidos a la misma causa. Aunque suene un poco grandilocuente y utópico llamarlo “causa”, pero ¿de qué otra manera llamarlo? Mañana hay un referendo en que la población de un país va a decidir si se revoca o no el mandato de un presidente constitucional elegido por una amplia mayoría. Sí, el país es Venezuela y el presidente es Hugo Chávez. Por lo menos esta vez tratarán de sacarlo del poder por la vía constitucional, cosa que no han podido hacer ni siquiera con un par de golpes de estado. ¿Quiénes apoyaron esos intentos previos y quiénes pretenden que deje la presidencia? Bueno, la respuesta, mi amigo, está soplando en el viento. Es muy obvio. Un presidente que envía petróleo a Cuba, mantuvo abiertamente relaciones comerciales con Iran y Libia, impulsa la unidad latinoamericana, se dice que brindaba ayuda humanitaria a las FARC colombianas y se pronuncia como anti-imperialista, nacionalista y en contra de las grandes corporaciones y monopolios privados, no es conveniente que esté al frente de un país petrolero. Y localmente tampoco le conviene las clases altas de Venezuela, el poder económico del país, dueños de las cadenas de TV y los diarios de más circulación del país, grandes empresarios aliados al poder financiero y económico exterior. Se supo que militares norteamericanos intervinieron en el golpe a Chávez del 2002. Se sabe que hay fuerzas apostadas a lo largo de la amplia frontera del lado colombiano. No se sabe qué es lo que pasará mañana, gane la oposición o gane el “no” a la revocación.
Pero ¿por qué quería escribir sobre esto? Y vuelvo pensar en las ideas que me rebotan en la cabeza. Me acuerdo de Lula ganando en Brasil, levantando una gran esperanza de cambio para la región. Y veo ahora cómo esa ilusión se desvaneció al no materializarse el tan ansiado cambio. Pasó poco tiempo, sí, pero más que el gesto de plantárseles exigiendo visas a los ciudadanos estadounidenses, por cierto una pavada, cuando a los que habría que enfrentar son las grandes empresas extranjeras que explotan Brasil, no hemos visto una gran giro. Y de veras pienso que Venezuela puede salir adelante con Chávez. Se han hecho muchas cosas positivas para el pueblo desde que está en el poder. El tema es que esas cosas, reforma agraria por ejemplo, no le convienen a quiénes ya nombré. Si Venezuela no levanta, es porque no la dejan levantarse. Y así pienso con respecto a todos los países latinoamericanos. Yo quiero que cada país tome sus propias decisiones. O coherentemente con sus vecinos regionales. No soy comunista. Soy Americano. Soy Latinoamericano, mejor dicho. No sé si todavía vale la pena soñar con una Latinoamérica unida, pero al menos déjenme vivir con mi utopía. Sostengo desde siempre que América latina es una sola desde el Río Grande hasta Tierra del Fuego y que somos todos hermanos. Somos un solo gran pueblo que vivió siempre sometido y explotado por pueblos externos. Tal vez, como dice Galeano, es el castigo que nos tocó por vivir en la región más rica del planeta. Y pensar en Venezuela, apoyar a Chávez, hablar de Lula, citar a Galeano, escribir la palabra “comunista”, sentir al Che sobrevolar por todo esto… lleva todo hacia el mismo lado. Es imposible que no aparezcan Cuba y Fidel. Y mucho no quiero hablar sobre Cuba. Ya voy a ir, si todo se da, en enero próximo, y veré con mis propios ojos lo que pasa allá, escucharé con mis oídos lo que tengan para contarme, sentiré la verdad por mi propia cuenta. Mucho ya me han contado quienes estuvieron. Qué cinco dólares es un sueldo y te cobran tres para tomar un helado en una heladería en la que los cubanos no pueden entrar. Que los autos son grandes y viejos y existen el lujo y la modernidad en los 5 estrellas de Varadero. Que la gente tiene una libretita donde luego de largas colas se anota la ración diaria de arroz asignada a cada uno y las mujeres se les regalan a los turistas. Que la pobreza, que la libertad, que las elecciones, etc., etc., etc. Desde que Fidel y el Che instalaron la Revolución y echaron de Cuba a la mafia norteamericana que gobernaba el país desde los bancos y las empresas corruptas privadas que sacaban de la isla todas las ganancias con el apoyo del gobierno ficticio de Batista, se viene diciendo que Cuba está cada vez peor, que hay cada vez más pobreza, que Fidel cae o muere o lo matan en cualquier momento. Y lo que digo yo es que desde el 50 Cuba es el único país en el que los Estados Unidos no intervinieron (intentó Kennedy, pero la invasión a Bahía de los Cochinos resultó un fiasco) y es el único que se mantuvo estable. ¿En Cuba se vive mal? Ok, ¿Cómo se vive en los países en los que Estados Unidos intervino para “salvar la democracia” y el capitalismo? ¿Cómo se vive en Haití y en El Salvador? ¿Se vivió pacíficamente y en libertad en los países en los que la United Fruit puso y quitó presidentes a piacere, cómo en Guatemala y Nicaragua? ¿Honduras, Panamá, República Dominicana, son el ejemplo a seguir? Qué alguien me diga que no hay pobreza en esos países “libres” y “capitalistas”. Haití es un país capitalista. Su suelo era una de los más ricos del Caribe. ¿Cuánta gente es analfabeta y se muere de hambre en Haití? ¿Cuántos muertos hubo en El Salvador y Nicaragua a causa de las armas introducidas por la CIA? ¿Y qué pasó en Panamá con Noriega y los Contras? ¿Cuba debió entonces ceder y pasar a ser un país dependiente como todos los demás? Y vuelvo a la pregunta de más arriba: ¿cómo están hoy en día esos países que sí se entregaron al imperialismo?...
Perdón. Pido perdón porque yo sabía que empezaba a escribir de esto y no paraba más. Dejemos el tema de Cuba para otro momento. Pero es que catalogar de “zurdito” a quién piensa de esta manera y decir que hay injusticia en Cuba sólo porque las personas tienen que hacer cola para que les den arroz mientras Fidel vive en una mansión, me parece que es ver las cosas parcialmente, además de una gran pelotudez. Es mi opinión.
Ah, me olvidaba: Sí a Chávez!!!
ro.
Agosto de 2004
***
12.1.13
No veo series
En Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj Cortázar dice que cuando te regalan un reloj "en realidad tú eres el regalado, a tí te ofrecen para el cumpleaños del reloj" y explica y enumera las obligaciones que conlleva poseer esa máquina infernal del capitalismo (¿?) para medir y cuantificar algo tan rentable como el tiempo. Darle cuerda, cuidarlo que no se caiga, que no se rompa, que no te lo roben, etc, etc. En definitiva, estar pendiente de él. Todo el tiempo, vaya paradoja. Con las series de TV pasa lo mismo.
Las series siempre han formado parte de nuestras vidas y gozado de buena salud. Desde la década del 60 que la pantalla chica se llena con comedias, westerns y policiales bien realizados y con mucho éxito. No importa de qué generación seas, creciste viendo Blanco y Negro, Brigada A, Los Dukes de Hazzard, V Invasión extraterrestre, Alf, Kevin, Seinfeld y/o Friends. Pero, aún con mucho presupuesto, las series de TV siempre estuvieron por debajo de las producciones cinematográficas en cuanto a calidad, popularidad y reconocimiento. Sin embargo algo pasó para que eso cambie y ahora nos veamos invadidos de una manera inédita y hasta saturados de (excelentes) series de todo tipo, toneladas de estrenos, temporadas finales, sets de blu rays y hasta sitios web para ver episodios viejos y descargar los nuevos apenas terminan de emitirse.
Desde hace un tiempo, diez, quince años, que el cine comercial de Hollywood no hace más que repetirse y, salvo raras excepciones, está en una notable decadencia y pobreza de ideas. Ante una situación en la que los que mandan en los multiplex de Estados Unidos son los adolescentes balde de pochoclo en mano y donde a los estudios les alcanza con producir dos películas por año dedicadas a este público para tener ganancias, los mejores guionistas, los más arriesgados productores y algunos de los más talentosos actores se han volcado a la televisión, dejando bajo el cielo siempre despejado de Los Angeles remakes, secuelas, precuelas y películas de vampiros. Los Soprano, producida y emitida originalmente por HBO de 1999 a 2007, fue una de las primeras series de esta nueva camada de realizaciones para TV. Gran producción, excelente elenco, guiones perfectos. A partir de entonces, los productores se dieron cuenta que había un público exigente e inteligente del otro lado, desoso de ver buenas historias y bien contadas. Y así, de a poco, la industria de las series comenzó a quitarle escritores, actores y dinero al cine. De 2000 para acá, se estrenaron cientos (literalmente) de series. Quisiera decir que la mayoría con gran éxito, pero la lógica indica que sólo unas decenas de ellas sobrevivieron las cinco, seis temporadas por una cuestión, también lógica: no se puede ver todo.
Y todo esto dicho por alguien que NO VE SERIES. Y eso que se han cansado de recomendármelas. "¿No ves Spartacus? Es excelente", "No puedo creer que no veas Breaking Bad. La últma temporada es alucinante", "Pará. Traeme el rígido y te paso ya The Wire", "No sabés lo que es el último capítulo de Dexter, te vuela la cabeza". Y así...
Reconozco que en los últimos años algunas vi. Dejo de lado las sitcoms, porque no entran en la categoría de "series". Uno puede ver en cualquier orden episodios sueltos de Seinfeld o That's 70's show, y da lo mismo. Decía, las experiencias que tuve con las series que vi, no fueron buenas. Vi en directo, el día del estreno, el primer capítulo de Lost. Un flash, como todo el que lo haya visto. A la semana siguiente, el segundo. Wow, más misterios. Al quinto, sexto, no se había resuelto nada, me aburrí y la dejé. A los tres años, y con cuatro temporadas estrenadas, le di una nueva oportunidad, en DVD. Peor. Me enganché, y me pasé noches enteras viendo un episodio tras otro. Así hasta un poco antes de la última temporada, en la que sólo la veía para ver cómo iba a terminar, porque en realidad ya me había aburrido y me parecía una porquería.
Las otras dos fueron Mad Men y Game of Thrones. La primera, sin dudas la mejor, luego de finalizada la "season 2". Y lo mismo, no podía dejar de verla. Una adicción en la que cuando terminás y te das cuenta que para la próxima temporada faltan ocho meses, pensás que es una eternidad y que "ya no hay nada para ver en la tele". Lo mismo con Game of Thrones, que en un par de meses estrena la "season 3". Para cuando empiece ya me habré olvidado de lo que pasó en la temporada anterior.
Dolina dice que "por cada libro que uno lee, hay un libro que no lee". Es imposible abarcar todo, leer todo lo que uno quisiera, ver todo lo que uno quisiera ver. Hay que elegir. Y yo elijo dedicarle ese tiempo a otra cosa. Prefiero sentarme dos horas y ver una película. Comienzo, fin y ya. Y no quedarme esperando hasta la semana siguiente a ver cómo sigue The Walking Dead, por ejemplo. No me gusta esa dependecia que generan las series. Cuando "te regalan una serie, tú eres el regalado". Y no, por eso no puedo engancharme con ellas. Soy inconstante en la vida, soy así con las series.¿Qué esperaban?
Las series siempre han formado parte de nuestras vidas y gozado de buena salud. Desde la década del 60 que la pantalla chica se llena con comedias, westerns y policiales bien realizados y con mucho éxito. No importa de qué generación seas, creciste viendo Blanco y Negro, Brigada A, Los Dukes de Hazzard, V Invasión extraterrestre, Alf, Kevin, Seinfeld y/o Friends. Pero, aún con mucho presupuesto, las series de TV siempre estuvieron por debajo de las producciones cinematográficas en cuanto a calidad, popularidad y reconocimiento. Sin embargo algo pasó para que eso cambie y ahora nos veamos invadidos de una manera inédita y hasta saturados de (excelentes) series de todo tipo, toneladas de estrenos, temporadas finales, sets de blu rays y hasta sitios web para ver episodios viejos y descargar los nuevos apenas terminan de emitirse.
Desde hace un tiempo, diez, quince años, que el cine comercial de Hollywood no hace más que repetirse y, salvo raras excepciones, está en una notable decadencia y pobreza de ideas. Ante una situación en la que los que mandan en los multiplex de Estados Unidos son los adolescentes balde de pochoclo en mano y donde a los estudios les alcanza con producir dos películas por año dedicadas a este público para tener ganancias, los mejores guionistas, los más arriesgados productores y algunos de los más talentosos actores se han volcado a la televisión, dejando bajo el cielo siempre despejado de Los Angeles remakes, secuelas, precuelas y películas de vampiros. Los Soprano, producida y emitida originalmente por HBO de 1999 a 2007, fue una de las primeras series de esta nueva camada de realizaciones para TV. Gran producción, excelente elenco, guiones perfectos. A partir de entonces, los productores se dieron cuenta que había un público exigente e inteligente del otro lado, desoso de ver buenas historias y bien contadas. Y así, de a poco, la industria de las series comenzó a quitarle escritores, actores y dinero al cine. De 2000 para acá, se estrenaron cientos (literalmente) de series. Quisiera decir que la mayoría con gran éxito, pero la lógica indica que sólo unas decenas de ellas sobrevivieron las cinco, seis temporadas por una cuestión, también lógica: no se puede ver todo.
Y todo esto dicho por alguien que NO VE SERIES. Y eso que se han cansado de recomendármelas. "¿No ves Spartacus? Es excelente", "No puedo creer que no veas Breaking Bad. La últma temporada es alucinante", "Pará. Traeme el rígido y te paso ya The Wire", "No sabés lo que es el último capítulo de Dexter, te vuela la cabeza". Y así...
Reconozco que en los últimos años algunas vi. Dejo de lado las sitcoms, porque no entran en la categoría de "series". Uno puede ver en cualquier orden episodios sueltos de Seinfeld o That's 70's show, y da lo mismo. Decía, las experiencias que tuve con las series que vi, no fueron buenas. Vi en directo, el día del estreno, el primer capítulo de Lost. Un flash, como todo el que lo haya visto. A la semana siguiente, el segundo. Wow, más misterios. Al quinto, sexto, no se había resuelto nada, me aburrí y la dejé. A los tres años, y con cuatro temporadas estrenadas, le di una nueva oportunidad, en DVD. Peor. Me enganché, y me pasé noches enteras viendo un episodio tras otro. Así hasta un poco antes de la última temporada, en la que sólo la veía para ver cómo iba a terminar, porque en realidad ya me había aburrido y me parecía una porquería.
Las otras dos fueron Mad Men y Game of Thrones. La primera, sin dudas la mejor, luego de finalizada la "season 2". Y lo mismo, no podía dejar de verla. Una adicción en la que cuando terminás y te das cuenta que para la próxima temporada faltan ocho meses, pensás que es una eternidad y que "ya no hay nada para ver en la tele". Lo mismo con Game of Thrones, que en un par de meses estrena la "season 3". Para cuando empiece ya me habré olvidado de lo que pasó en la temporada anterior.
Dolina dice que "por cada libro que uno lee, hay un libro que no lee". Es imposible abarcar todo, leer todo lo que uno quisiera, ver todo lo que uno quisiera ver. Hay que elegir. Y yo elijo dedicarle ese tiempo a otra cosa. Prefiero sentarme dos horas y ver una película. Comienzo, fin y ya. Y no quedarme esperando hasta la semana siguiente a ver cómo sigue The Walking Dead, por ejemplo. No me gusta esa dependecia que generan las series. Cuando "te regalan una serie, tú eres el regalado". Y no, por eso no puedo engancharme con ellas. Soy inconstante en la vida, soy así con las series.¿Qué esperaban?
20.11.12
La tela de Penélope o quién engaña a quién
Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.
De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
Augusto Monterroso
10.11.12
"Historia de la juventud"
Damián, man, van, fan. Sony, pony, Marconi, Johnnie.
Flit, MTV, Care-Free, Lee. Rock, shock, block, Sr. Spok
Sutién, chow mien, Channel, Shell. Heavy, Levi's. Limousine, gin
Flash, hash, The Clash, Splash, vernisagge, surmenage, cash, menage.
Tic, freak, Bic, chic. Crush, plush, rouge, Bush
George, Porsche. VIP, chip, strip, slip, clip, R.I.P.
Cabaret, moquete. Pool, Liverpool. Impasse, free-pass, Jazz, by-pass.
Gay, play. Tupac, Prozac, snack, playback, Jack, cognac.
Pent-house, mouse. Stress, express, yes, Herman Hess. Boy-scout, out.
Flit, MTV, Care-Free, Lee. Rock, shock, block, Sr. Spok
Sutién, chow mien, Channel, Shell. Heavy, Levi's. Limousine, gin
Flash, hash, The Clash, Splash, vernisagge, surmenage, cash, menage.
Tic, freak, Bic, chic. Crush, plush, rouge, Bush
George, Porsche. VIP, chip, strip, slip, clip, R.I.P.
Cabaret, moquete. Pool, Liverpool. Impasse, free-pass, Jazz, by-pass.
Gay, play. Tupac, Prozac, snack, playback, Jack, cognac.
Pent-house, mouse. Stress, express, yes, Herman Hess. Boy-scout, out.
Soñé que te abrazaba
Soñé que te abrazaba.
Estabas en la cama, cansada.
Me acostaba a tu lado y te abrazaba.
Abrías los ojos y sonreías.
Me apoyaba en tu hombro.
Y te abrazaba.
Y era el momento más lindo de los últimos cinco meses...
Estabas en la cama, cansada.
Me acostaba a tu lado y te abrazaba.
Abrías los ojos y sonreías.
Me apoyaba en tu hombro.
Y te abrazaba.
Y era el momento más lindo de los últimos cinco meses...
9.11.12
Minorías
Ignoran que la multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras que perder privilegios provoca rencor.
Arturo Jauretche
12.10.12
Cine en la radio
Hace dos meses comencé a participar con una columna de cine en Escándalo de Apuestas, un programa en Radio La Bici.
Les dejo aquí los audios de mis dos primeras intervenciones.
Programa 1: Hablamos de las mejores muertes en el cine
Programa 2: Hablamos de Whatever Works (Woody Allen, 2009) y La Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1972)
Les dejo aquí los audios de mis dos primeras intervenciones.
Programa 1: Hablamos de las mejores muertes en el cine
Programa 2: Hablamos de Whatever Works (Woody Allen, 2009) y La Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1972)
24.9.12
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