27.7.11

Instante

      
     Te tengo enfrente. Me mirás. Te miro. Los círculos de café me penetran, me desafían, me atrapan. Decido subir la apuesta, clavo la mirada en el centro y no la aparto. Hacés lo mismo, inmóvil. Trato de aguantar, no bajar la vista. Se me hace muy fácil continuar con el contacto visual. Encuentro la conexión que me permite no mover mis ojos de los tuyos. Y pienso esas dos palabras y las digo para dentro. Obviamente no las escuchás, pero ya sabés cuáles son. 

      Encuentro un gesto. Tu mirada firme me dice algo. Interpreto un permiso para despegar mis ojos de los tuyos. Reniego, no tengo ganas. Por qué hacerlo si me gusta, si lo disfruto. Accedo a explorar. Alzo mi mano y con el pulgar acaricio tu suave pómulo. Intento apoyar la palma por debajo de tu cara, allí donde se junta con el cuello, pero me es difícil. Y sonreís. Y no puedo resistir la tentación y pierdo en el juego de las miradas. Retiro mi vista del oasis detrás del cristal y poso mis ojos en el paraíso de tu boca. Con el pulgar la toco. Y recorro tu sonrisa siguiendo el camino color rosa de los labios. Me acerco un poco más y en voz baja pronuncio esas mismas dos palabras. Pero no las escuchás. 


       Entonces vuelvo a mirarte a los ojos. Descubro que tu mirada sigue fija en mí. Me alegro, me reconforta. Y vuelvo a tocarte también. Esta vez con las dos manos. Acaricio tu cara e intento correrte el pelo de la frente pero por alguna razón no puedo. Y me ensaño con el cabello. Mis dedos quieren jugar con él, enredarse, explorarlo, pero no pueden más que seguir su contorno y ondulaciones. Se frustran y buscan reparo en tus hombros. Respondés de la misma manera. Una sonrisa, y la vista fija. Mi boca se abre y esas dos palabras salen con más volumen que antes. Sin embargo, a pesar de que estoy seguro que lo sabés, no lo alcanzás a escuchar. 

      Siempre mirándote a los ojos, me alejo unos centímetros. La luz del sol brilla en tu cara. No entiendo el motivo de este momentáneo distanciamiento. Si lo que quiero es lo contrario. Quiero tomarte de la cintura, rodearte. Quiero abrazarte, fuerte. Y quedarme de esa manera un momento largo. Y no puedo. Vuelvo a mirarte. Y te acaricio con la mirada. Redescubro partes del rostro, bellas de por sí, pero opacadas por la dulzura de los labios y el magnetismo de los ojos. Definitivamente el castaño imán hace que siempre vuelva al mismo lugar. Y es ahí donde me quedo, donde me dejo atrapar. Y te imagino en mis brazos susurrándote al oído esas dos palabras que por más que diga en voz alta no las podés llegar a escuchar. 

      Y pestañeo una vez. Y luego dos. Y luego tres. Y finalmente cierro los ojos. Respiro. Suspiro. Quiero sentir eso que tengo dentro que no sé qué es, pero que me hace tan bien, y que de seguro es provocado por vos. Y alcanzo a descubrir algo. Es lo mismo que no me deja dormir en la noche y me provoca ese cosquilleo interior de día. Algo distinto a todo lo anterior. Algo nuevo y diferente. Verdadero. Sincero. Pero no llego a identificarlo del todo. Una suave brisa hace que abra los ojos. Y ya no estás. Te busco. Y te encuentro. Y veo alejarte en el viento... 

ro.


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