-¿A dónde vamos?- preguntó el taxista.
-No muy lejos- le contestó, -Coronel Díaz y Arenales.
Estaba cansado. Había sido un día muy largo entre ensayos y peleas con los integrantes de la banda, así que recostó su cabeza contra la ventanilla y cerró los ojos sólo por un par de segundos.
-¿El Señor toca la guitarra?
La voz grave que venía del asiento de adelante hizo que abra los ojos. Miró al taxista en el espejito por primera vez desde que subió al vehículo. Era un hombre de unos 50 años, algunas canas en la sien y mirada nostálgica.
-Eso intento-, fue su respuesta, algo seca y cortante.
No tenía ganas de conversar como lo hacia habitualmente. Sólo quería llegar lo más rápido posible a su casa. Bajó la vista por un momento, hizo un gesto de hastío y cuando estaba a punto de cerrar los ojos el taxista hablo de nuevo.
-Y... ¿El señor toca tangos?-, insistió.
Pensó un segundo antes de responderle. “Qué culpa tiene este pobre trabajador de mi cansancio y mal humor”, se dijo a si mismo. “De todas maneras el viaje es corto y en diez minutos estaré en mi casa, en mi cama...”
-Algunos-. Trató de ser lo más amable posible, cambiando la actitud que había tenido hasta ese momento con el conductor.
-Usted sabe,- dijo el taxista -hay uno que me gusta mucho, se llama Enamorados en la esquina. ¿Lo conoce?-. Su rostro se volvió alegre, lleno de expectativa.