19.7.11

Imaginate


      Estás sentada en tu sillón favorito, cerca del gran ventanal que da a la calle. Estás leyendo un libro y afuera llueve. Por un momento, apartás la vista del papel y mirás hacia la ventana. Te preguntás por qué las cortinas de terciopelo rojo están cerradas, impidiéndote observar hacia el exterior. Dejás el libro a un costado, tomás la copa de vino tinto que está a tu derecha y bebés un trago. Te levantás y vas hacia la ventana. De un gran tirón corrés las pesadas cortinas. Unas gotas corren por el vidrio dejando finas marcas. Te quedás unos segundos inmóvil frente a frente con la lluvia. Sentís algo raro. Una atracción. Una conexión. Tal vez un llamado. Acercás cada vez más tu cara a la ventana hasta que tu nariz toca el frío vidrio. Silencio. Lo único que se escucha es la lluvia desde afuera y tu suave aliento que empaña el cristal. Seguís mirando a través del vidrio. En ese momento ya te olvidaste por completo del libro, su compleja trama y sus particulares personajes. Te sentás en el alféizar de la ventana y apoyás tu cabeza en el marco de madera. Sin quererlo, obrando por su propia cuenta, tu brazo se alza y lleva a la mano hacia el vidrio. Casi instintivamente, apoyás la palma de la mano en el cristal, queriendo sentir la lluvia que cae del otro lado. Continuás mirando cómo las gruesas gotas de agua caen en el empedrado de la calle formando charcos y corrientes paralelas al cordón de la vereda. Sin embargo, a pesar de estar dirigiendo la vista hacía allí, en realidad no estás viendo nada. Dormida, pero con los ojos abiertos. Te vas abstrayendo cada vez más hasta el punto de obviar todo lo que te rodea. Están sólo vos y la lluvia. Ahora tu aliento es tan suave que ni se escucha. Y sólo sentís la lluvia. La lluvia nada más. O mejor dicho, la lluvia y tus pensamientos. 

      Tu mano, casi sin que te des cuenta, ya está casi cerrada. Sólo un dedo, el índice, se resiste a formar parte del puño. Lo apoyás sobre el cristal empañado y escribís el nombre de esa persona en la que estás pensando. Esa persona que no te dejaba concentrar en el libro. Esa persona que te pareció estar besando cuando humedeciste tus labios en el vino. Esa persona que veías caminar bajo la lluvia hacia vos a pesar de no haber nadie en la calle. Esa persona que, como vos, está en su casa, apoyando su mano en su ventana, y escribiendo tu nombre en su vidrio empañado. 

ro.


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